BARCELONASus zapatillas de dormir y un buen té. Con eso le basta para sentirse en casa, y al ser tan ligero su equipaje y tan llevaderas sus necesidades, Maripaz Soler (Sevilla, 1977) ha empezado a dar la vuelta al mundo. «Bueno claro, también tengo que llevarme mis pastillitas; ésas vienen conmigo». Cada día toma una treintena. Es la medicación que le acompaña desde que hace tres años y medio le trasplantaron los dos pulmones. «Ese día, el 17 de marzo de 2005, volví a nacer, y por eso lo celebro como si fuera mi cumpleaños».

Esta fotógrafa tenía entonces 28 y desde los 10 sabía que padecía fibrosis quística, una enfermedad hereditaria y degenerativa, «aunque en el fondo así es la vida: hereditaria y degenerativa, ¿no?». Cierto, pero no suele ser tan corta: «La cosa fue empeorando con los años y acabé en silla de ruedas, con oxígeno y siendo una fábrica de mocos; al final me quedé aislada en una habitación y con un dolor insoportable». Y decidió plantarse: «Le dije a mi madre que me dejaran morir; que yo había sido muy feliz y que eso me llevaba; pero que no podía seguir viviendo, que cerraba los ojos y ya no podía recordarme en la playa ni reproducir ningún paisaje bonito». Pero su madre, a la que debe su nombre, no le hizo caso. Y ya en el UCI, la suerte también se puso cabezona y Maripaz consiguió el trasplante en un tiempo récord de tres días. Y volvió a nacer.

Lo bueno de nacer con 28 años es que razonas y eres independiente. Y lo primero que decidió Mari Paz fue dar la vuelta al mundo. «Yo siempre he viajado mucho; es lo que más me gusta en esta vida, y tenía claro que ese sueño tenía que hacerlo ya; una segunda oportunidad era una señal demasiado evidente». Se montó en su Merceditas (así llama a su furgoneta alemana, totalmente equipada, y con la que siempre se ha movido) y arrancó.

Lo primero fue hacer Almería, y luego, el Camino de Santiago. Después pasó por Zaragoza y llegó a Barcelona, aparcó su Merceditas bajo la supervisión de un amigo, y el pasado 28 de noviembre emprendió la vuelta al mundo.


De su viaje sólo tenía claro el primer destino y su primera labor: India y colaborar con la ONG Entre Todos, que opera con proyectos de cooperación y educación en las zonas rurales de Bodhgaya, en el estado de Bihar. Ahí sigue por el momento.

A partir de ahí un solo compromiso, además personal: «Explicar mis experiencias a través de mi web (www.unavueltaalmundo.com), algo que ya he hecho con mi blog y que seguiré haciendo porque sé que doy ánimos y fuerza a otras personas, sobre todo otros enfermos de fibrosis quística». Maripaz no se ha puesto fecha de vuelta ni se ha planteado qué países visitará. Planificar las cosas no cuadra en su nueva vida. Le estresa. «Fíjate que al principio me dije que viajaría por un año…pero es que aquello me puso una presión encima que era insoportable. La vida está abierta, y mi viaje también, y cuando no hay un destino, en realidad están todos».

«Con menos equipaje»
En este punto, y en esta reflexión, Maripaz Soler se reconoce afortunada de haber padecido esa larga enfermedad: «El saber que la vida es muy corta, con una fecha de caducidad cercana, me hizo y me hace vivir más intensamente, con menos equipaje». Lo curioso, asegura, «es que mucha gente me dice que soy valiente. Y yo les digo que los valientes son ellos, que pagan una hipoteca de mil euros y trabajan ocho horas en oficinas sin ventanas». Ella ya pasó por eso, «hasta que dejé mi trabajo como editora de fotografía en un diario y me fui a hacer de animadora infantil a Marbella; fueron ocho meses maravillosos». Dicho esto procede su valoración de Barcelona: «Me encantan los mimos de la rambla, su creatividad, su saber hacer reír, que es algo muy serio. Lo que menos me gusta es el Metro, la tristeza que se respira dentro».

«¿Qué cómo se lo han tomado mis padres? Pues bien. Fíjate que me acompañaron a ver a mi doctor cuando fui a decirle que quería ir a dar la vuelta al mundo. Él se puso muy serio y me dijo: enhorabuena». Pues eso, a viajar. Y sin miedo, «pues no importa tanto ser fuerte como sentirse fuerte».


Además dice que su única dependencia, su única obligación a estas alturas, son sus pastillitas, «y éstas me caben en la mano».