El donante es el único agente de todo el procedimiento que envuelve a un trasplante de donante vivo que no recibe nada a cambio.

El receptor del órgano es el claramente beneficiado y, además, en una doble dimensión. La primera deriva de la posibilidad de recuperar su calidad de vida. Y la segunda viene motivada porque la calidad del injerto que recibe es claramente superior a los que provienen de donante cadavérico (en muerte cerebral).

El hospital y el equipo quirúrgico reciben, además de la satisfacción y autoestima derivada del éxito de la intervención, el prestigio científico y asistencial consecuencia de la práctica exitosa de una cirugía compleja donde las haya.

El donante realiza una contribución a la sociedad (en su concepto más amplio) que muchos, a pesar de no llegar a entenderla, admiramos profundamente. La contribución social realizada por el donante se pone de manifiesto en una cuádruple dimensión: la primera, la sociedad-familia del receptor que, sin duda, sale beneficiada por recuperar a un ser querido; la segunda, la sociedad-conjunto productivo, la devolución de esa persona a las redes de productividad redunda en beneficio de todos; la tercera, la sociedad-Estado, al recuperar a una persona que de no haber sido intervenida representaría un coste permanente (ingresos en el Hospital repetidos hasta su fallecimiento), y la cuarta, a la sociedad-comunidad científica a la que le permite mejorar y perfeccionar sus praxis de cara a reducir los riesgos en las intervenciones y a mejorar la salud de todas las personas que constituyen la sociedad, las de hoy y las de mañana.

Tras el heroico acto realizado por el donante, que redunda en beneficio de todos, éste sólo recibe la compensación psicológica al comprobar las consecuencias de su acto altruista.


¿Cómo se podría compensar esta situación de forma que fuera más justa con el protagonista principal del trasplante (sin donante no cabe trasplante de ningún tipo)?

La necesidad de protección


El donante debería ser protegido en todos los aspectos. Así, debe protegérsele durante el proceso de donación, garantizándose el cumplimiento de las normas que hacen que el proceso sea transparente y claro. Ese paso, podemos afirmar, se ha logrado con ayuda de la Administración.

Sin perjuicio de lo anterior, consideramos que esa protección hacia el donante debe ampliarse al periodo postoperatorio. Realizada la donación parece que el donante ya no exista. En opinión del que suscribe, es de justicia que, tras el acto de contribución social realizado por el donante vivo, se le proteja más aún, si cabe, que durante el proceso de donación. Ello permitiría alcanzar un equilibrio, nunca completo, entre el beneficio obtenido por la sociedad en su conjunto y el riesgo altruista asumido por parte del donante.

A título orientativo, nos permitimos acompañar una serie de protecciones que deberían amparar a la persona donante:

En primer lugar, debería analizarse la posibilidad de crear una protección similar para el donante vivo a la que tiene la mujer puérpera, es decir, garantizarle el mantenimiento del puesto de trabajo y la obtención de la baja laboral durante el período de recuperación (hoy existen donantes que han perdido su puesto de trabajo a raíz de la donación).

En segundo lugar, debería garantizársele también un seguro de vida y asistencial vitalicio. El donante vivo, más que nadie, ha demostrado tener una salud encomiable que lo ha hecho idóneo para la donación. Hoy, el donante está deliberadamente penalizado por todos los seguros asistenciales y de vida, al tener un antecedente de intervención quirúrgica.

En tercer lugar, consideramos oportuno analizar algún tipo de compensación fiscal para estas personas que tan importante contribución realizan a la sociedad.

Todas las anteriores medidas podrían recogerse en aras a garantizar que, cuando menos, el donante vivo no resulte perjudicado tras la realización de la donación.

Sirva el presente artículo de propuesta para nuestro legislador, que no puede dar la espalda a los problemas que se han planteado en el presente artículo y que existen; máxime teniendo en cuenta lo pionera que ha sido España hasta ahora en el mundo de la donación y los trasplantes de órganos.

Somos conscientes de lo que una propuesta de este tipo significa. Sin embargo, consideramos importante reconocer la contribución a la sociedad que hacen los donantes vivos. Reconocimiento que, en la actualidad, no ha sido debidamente reconocido en ningún país.

Juan Carlos GARCÍA-VALDECASAS
Catedrático de Cirugía de la Universidad de Barcelona y jefe de servicio de Cirugía General y Digestiva del Hospital Clínic de Barcelona